PRIMERA GUERRA MUNDIAL

PRIMERA GUERRA MUNDIAL


“ Los alemanes, como ocurriría también en la segunda guerra mundial, se encontraron con una posible guerra en dos frentes, además del de los Balcanes al que les había arrastrado su alianza con Austria-Hungría. (Sin embargo, el hecho de que tres de las cuatro potencias centrales pertenecieran a esa región —Turquía, Bulgaria y Austria— hacía que el problema estratégico que planteaba fuera menos urgente.) El plan alemán consistía en aplastar rápidamente a Francia en el oeste y luego actuar con la misma rapidez en el este para eliminar a Rusia antes de que el imperio del zar pudiera organizar con eficacia todos sus ingentes efectivos militares. Al igual que ocurriría posteriormente, la idea de Alemania era llevar a cabo una campaña relámpago (que en la segunda guerra mundial se conocería con el nombre de BUtzkrieg) porque no podía actuar de otra manera. El plan estuvo a punto de verse coronado por el éxito. El ejército alemán penetró en Francia por diversas rutas, atravesando entre otros el territorio de la Bélgica neutral, y sólo fue detenido a algunos kilómetros al este de París, en el río Marne, cinco o seis semanas después de que se hubieran declarado las hostilidades. (El plan triunfaría en 1940.) A continuación, se retiraron ligeramente y ambos bandos —los franceses apoyados por lo que quedaba de los belgas y por un ejército de tierra británico que muy pronto adquirió ingentes proporciones— improvisaron líneas paralelas de trincheras y fortificaciones defensivas que se extendían sin solución de continuidad desde la costa del canal de la Mancha en Flandes hasta la frontera suiza, dejando en manos de los alemanes una extensa zona de la parte oriental de Francia y Bélgica. Las posiciones apenas se modificaron durante los tres años y medio siguientes.

Ese era el «frente occidental», que se convirtió probablemente en la maquinaria más mortífera que había conocido hasta entonces la historia del arte de la guerra. Millones de hombres se enfrentaban desde los parapetos de las trincheras formadas por sacos de arena, bajo los que vivían como ratas y piojos (y con ellos). De vez en cuando, sus generales intentaban poner fin a esa situación de parálisis. Durante días, o incluso semanas, la artillería realizaba un bombardeo incesante —un escritor alemán hablaría más tarde de los «huracanes de acero» (Ernst Jiinger, 1921)— para «ablandar» al enemigo y obligarle a protegerse en los refugios subterráneos hasta que en el momento oportuno oleadas de soldados saltaban por encima del parapeto, protegido por alambre de espino, hacia «la tierra de nadie», un caos de cráteres de obuses anegados, troncos de árboles caídos, /…/ . No es sorprendente que para los británicos y los franceses, que lucharon durante la mayor parte de la,primera guerra mundial en el frente occidental, aquella fuera la «gran guerra», más terrible y traumática que la segunda guerra mundial.

Los franceses perdieron casi el 20 por 100 de sus hombres en edad militar, y si se incluye a los prisioneros de guerra, los heridos y los inválidos permanentes y desfigurados —los gueules cassés («caras partidas») que al acabar las hostilidades serían un vivido recuerdo de la guerra—, sólo algo más de un tercio de los soldados franceses salieron indemnes del conflicto. Esa misma proporción puede aplicarse a los cinco millonesde soldados británicos. Gran Bretaña perdió una generación, medio millón de hombres que no habían cumplido aún los treinta años (Winter, 1986, p. 83), en su mayor parte de las capas altas, cuyos jóvenes, obligados a dar ejemplo en su condición de oficiales, avanzaban al frente de sus hombres y eran, por tanto, los primeros en caer. Una cuarta parte de los alumnos de Oxford y Cambridge de menos de 25 años que sirvieron en el ejército británico en 1914 perdieron la vida (Winter, 1986, p. 98). En las filas alemanas, el número de muertos fue mayor aún que en el ejército francés, aunque fue inferior la proporción de bajas en el grupo de población en edad militar, mucho más numeroso (el 13 por 100). Incluso las pérdidas aparentemente modestas de los Estados Unidos (116.000, frente a 1,6 millones de franceses, casi 800.000 británicos y 1,8 millones de alemanes) ponen de relieve el carácter sanguinario del frente occidental, el único en que lucharon. En efecto, aunque en la segunda guerra mundial el número de bajas estadounidenses fue de 2,5 a 3 veces mayor que en la primera, en 1917-1918 los ejércitos norteamericanos sólo lucharon durante un año y medio (tres años y medio en la segunda guerra mundial) y no en diversos frentes sino en una zona limitada.

Pero peor aún que los horrores de la guerra en el frente occidental iban a ser sus consecuencias. La experiencia contribuyó a brutalizar la guerra y la política, pues si en la guerra no importaban la pérdida de vidas humanas y otros costes, ¿por qué debían importar en la política? Al terminar la primera guerra mundial, la mayor parte de los que habían participado en ella —en su inmensa mayoría como reclutados forzosos— odiaban sinceramente la guerra. Sin embargo, algunos veteranos que habían vivido la experiencia de la muerte y el valor sin rebelarse contra la guerra desarrollaron un sentimiento de indomable superioridad, especialmente con respecto a las mujeres y a los que no habían luchado, que definiría la actitud de los grupos ultraderechistas de posguerra. Adolf Hitler fue uno de aquellos hombres para quienes la experiencia de haber sido un Fmntsoldat fue decisiva en sus vidas. Sin embargo, la reacción opuesta tuvo también consecuencias negativas. Al terminar la guerra, los políticos, al menos en los países democráticos, comprendieron con toda claridad que los votantes no tolerarían un baño de sangre como el de 1914-1918./…/Mientras el frente occidental se sumía en una parálisis sangrienta, la actividad proseguía en el frente oriental.


Los alemanes pulverizaron a una pequeña fuerza invasora rusa en la batalla de Tannenberg en el primer mes de la guerra y a continuación, con la ayuda intermitente de los austríacos, expulsaron de Polonia a los ejércitos rusos. Pese a las contraofensivas ocasionales de estos últimos, era patente que las potencias centrales dominaban la situación y que, frente al avance alemán, Rusia se limitaba a una acción defensiva en retaguardia. En los Balcanes, el control de la situación correspondía a las potencias centrales, a pesar de que el inestable imperio de los Habsburgo tuvo un comportamiento desigual en las acciones militares. Fueron los países beligerantes locales. Serbia y Rumania, los que sufrieron un mayor porcentaje de bajas militares. Los aliados, a pesar de que ocuparon Grecia, no consiguieron un avance significativo hasta el hundimiento de las potencias centrales después del verano de 1918. El plan, diseñado por Italia, de abrir un nuevo frente contra Austria-Hungría en los Alpes fracasó, principalmente porque muchos soldados italianos no veían razón para luchar por un gobierno y un estado que no consideraban como suyos y cuya lengua pocos sabían hablar.

Después de la importante derrota militar de Caporetto (1917), que Ernest Hemingway reflejó en su novela Adiós a las armas, los italianos tuvieron incluso que recibir contingentes de refuerzo de otros ejércitos aliados. Mientras tanto, Francia, Gran Bretaña y Alemania se desangraban en el frente occidental, Rusia se hallaba en una situación de creciente inestabilidad como consecuencia de la derrota que estaba sufriendo en la guerra y el imperio austrohúngaro avanzaba hacia su desmembramiento, que tanto deseaban los movimientos nacionalistas locales y al que los ministros de Asuntos Exteriores aliados se resignaron sin entusiasmo, pues preveían acertadamente que sería un factor de inestabilidad en Europa.

El problema para ambos bandos residía en cómo conseguir superar la parálisis en el frente occidental, pues sin la victoria en el oeste ninguno de los dos podía ganar la guerra, tanto más cuanto que también la guerra naval se hallaba en un punto muerto. Los aliados controlaban los océanos, donde solo tenían que hacer frente a algunos ataques aislados, pero en el mar del Norte las flotas británica y alemana se hallaban frente a frente totalmente inmovilizadas. El único intento de entrar en batalla (1916) concluyó sin resultado decisivo, pero dado que confinó en sus bases a la flota alemana puede afirmarse que favoreció a los aliados. Ambos bandos confiaban en la tecnología. Los alemanes —que siempre habían destacado en el campo de la química— utilizaron gas tóxico en el campo de batalla, donde demostró ser monstruoso e ineficaz, dejando como secuela el único acto auténtico de repudio oficial humanitario contra una forma de hacer la guerra, la Convención de Ginebra de 1925, en la que el mundo se comprometió a no utilizar la guerra química. En efecto, aunque todos los gobiernos continuaron preparándose para ella y creían que el enemigo la utilizaría, ninguno de los dos bandos recurrió a esa estrategia en la segunda guerra mundial, aunque los sentimientos humanitarios no impidieron que los italianos lanzaran gases tóxicos en las colonias. /…/ Los británicos fueron los pioneros en la utilización de los vehículos articulados blindados, conocidos todavía por su nombre en código de «tanque », pero sus generales, poco brillantes realmente, no habían descubierto aún cómo utilizarlos. Ambos bandos usaron los nuevos y todavía frágiles aeroplanos y Alemania utilizó curiosas aeronaves en forma de cigarro, cargadas de helio, para experimentar el bombardeo aéreo, aunque afortunadamente sin mucho éxito/…/ La única arma tecnológica que tuvo importancia para el desarrollo de la guerra de 1914-1918 fue el submarino, pues ambos bandos, al no poder derrotar al ejército contrario, trataron de provocar el hambre entre la población enemiga. Dado que Gran Bretaña recibía por mar todos los suministros, parecía posible provocar el estrangulamiento de las Islas Británicas mediante una actividad cada vez más intensa de los submarinos contra los navíos británicos.

La campaña estuvo a punto de triunfar en 1917, antes de que fuera posible contrarrestarla con eficacia, pero fue el principal argumento que motivó la participación de los Estados Unidos en la guerra. Por su parte, los británicos trataron por todos los medios de impedir el envío de suministros a Alemania, a fin de asfixiar su economía de guerra y provocar el hambre entre su población. Tuvieron más éxito de lo que cabía esperar, pues, como veremos, la economía de guerra germana no funcionaba con la eficacia y racionalidad de las que se jactaban los alemanes. No puede decirse lo mismo de la máquina militar alemana que, tanto en la primera como en la segunda guerra mundial, era muy superior a todas las demás. La superioridad del ejército alemán como fuerza militar podía haber sido decisiva si los aliados no hubieran podido contar a partir de 1917 con los recursos prácticamente ilimitados de los Estados Unidos. Alemania, a pesar de la carga que suponía la alianza con Austria, alcanzó la victoria total en el este, consiguió que Rusia abandonara las hostilidades, la empujó hacia la revolución y en 1917-1918 le hizo renunciar a una gran parte de sus territorios europeos.

Poco después de haber impuesto a Rusia unas duras condiciones de paz en Brest-Litovsk (marzo de 1918), el ejército alemán se vio con las manos libres para concentrarse en el oeste y así consiguió romper el frente occidental y avanzar de nuevo sobre París. Aunque los aliados se recuperaron gracias al envío masivo de refuerzos y pertrechos desde los Estados Unidos, durante un tiempo pareció que la suerte de la guerra estaba decidida. Sin embargo, era el último envite de una Alemania exhausta, que se sabía al borde de la derrota. Cuando los aliados comenzaron a avanzar en el verano de 1918, la conclusión de la guerra fue sólo cuestión de unas pocas semanas. Las potencias centrales no sólo admitieron la derrota sino que se derrumbaron. En el otoño de 1918, la revolución se enseñoreó de toda la Europa central y suroriental, como antes había barrido Rusia en 1917 Ninguno de los gobiernos existentes entre las fronteras de Francia y el mar del Japón se mantuvo en el poder. Incluso los países beligerantes del bando vencedor sufrieron graves conmociones, aunque no hay motivos para pensar que Gran Bretaña y Francia no hubieran sobrevivido como entidades políticas estables, aun en el caso de haber sido derrotadas. Desde luego no puede afirmarse lo mismo de Italia y, ciertamente, ninguno de los países derrotados escapó a los efectos de la revolución.

Si uno de los grandes ministros o diplomáticos de períodos históricos anteriores —aquellos en quienes los miembros más ambiciosos de los departamentos de asuntos exteriores decían inspirarse todavía, un Talleyrand o un Bismarck— se hubiera alzado de su tumba para observar la primera guerra mundial, se habría preguntado, con toda seguridad, por qué los estadistas sensatos no habían decidido poner fin a la guerra mediante algún tipo de compromiso antes de que destruyera el mundo de 1914. También nosotros podemos hacernos la misma pregunta. En el pasado, prácticamente ninguna de las guerras no revolucionarias y no ideológicas se había librado como una lucha a muerte o hasta el agotamiento total. En 1914, no era la ideología lo que dividía a los beligerantes, excepto en la medida en que ambos bandos necesitaban movilizar a la opinión pública, aludiendo al profundo desafío de los valores nacionales aceptados, como la barbarie rusa contra la cultura alemana, la democracia francesa y británica contra el absolutismo alemán,
etc. Además, había estadistas que recomendaban una solución de compromiso, incluso fuera de Rusia y Austria-Hungría, que presionaban en esa dirección a sus aliados de forma cada vez más desesperada a medida que veían acercarse la derrota. ¿Por qué, pues, las principales potencias de ambos bandos consideraron la primera guerra mundial como un conflicto en el que sólo se podía contemplar la victoria o la derrota total? La razón es que, a diferencia de otras guerras anteriores, impulsadas por motivos limitados y concretos, la primera guerra mundial perseguía objetivos
ilimitados. En la era imperialista, se había producido la fusión de la política y la economía.

La rivalidad política internacional se establecía en función del crecimiento y la competitividad de la economía, pero el rasgo característicoera precisamente que no tenía límites. «Las "fronteras naturales" de la Standard Oil, el Deutsche Bank o la De Beers Diamond Corporation se situaban en el confín del universo, o más bien en los límites de su capacidad de expansionarse» (Hobsbawm, 1987, p. 318). De manera más concreta, para los dos beligerantes principales, Alemania y Gran Bretaña, el límite tenía que ser el cielo, pues Alemania aspiraba a alcanzar una posición política y marítima mundial como la que ostentaba Gran Bretaña, lo cual automáticamente relegaría a un plano inferior a una Gran Bretaña que ya había iniciado el declive. Era el todo o nada. En cuanto a Francia, en ese momento, y tambiénmás adelante, sus aspiraciones tenían un carácter menos general pero igualmente urgente: compensar su creciente, y al parecer inevitable, inferioridad demográfica y económica con respecto a Alemania. También aquí estaba en juego el futuro de Francia como potencia de primer orden. En ambos casos, un compromiso sólo habría servido para posponer el problema. Sin duda, Alemania podía limitarse a esperar hasta que su superioridad, cada vez mayor, situara al país en el lugar que el gobierno alemán creía que le correspondía, lo cual ocurriría antes o después/ …/ En la década de 1900, cénit de la era imperial e imperialista, estaban todavía intactas tanto la aspiración alemana de convertirse en la primera potencia mundial («el espíritu alemán regenerará el mundo», se afirmaba) como la resistencia de Gran Bretaña y Francia, que seguían siendo, sin duda, «grandes potencias» en un mundo eurocéntrico. Teóricamente, el compromiso sobre alguno de los «objetivos de guerra» casi megalomaníacos que ambos bandos formularon en cuanto estallaronlas hostilidades era posible, pero en la práctica el único objetivo de guerra que importaba era la victoria total, lo que en la segunda guerra mundial se dio en llamar «rendición incondicional».

Era un objetivo absurdo y destructivo que arruinó tanto a los vencedores como a los vencidos. Precipitó a los países derrotados en la revolución y a los vencedores en la bancarrota y en el agotamiento material. En 1940, Francia
fue aplastada, con ridícula facilidad y rapidez, por unas fuerzas alemanas inferiores y aceptó sin dilación la subordinación a Hitler porque el país había quedado casi completamente desangrado en 1914-1918. Por su parte, Gran
Bretaña no volvió a ser la misma a partir de 1918 porque la economía del país se había arruinado al luchar en una guerra que quedaba fuera del alcance de sus posibilidades y recursos. Además, la victoria total, ratificada por una paz impuesta que establecía unas durísimas condiciones, dio al traste con las escasas posibilidades que existían de restablecer, al menos en cierto grado,una Europa estable, liberal y burguesa.

Así lo comprendió inmediatamente el economista John Maynard Keynes. Si Alemania no se reintegraba a la economía europea, es decir, si no se reconocía y aceptaba el peso del país en esa economía sería imposible recuperar la estabilidad. Pero eso era lo último en que pensaban quienes habían luchado para eliminar a Alemania. Las condiciones de la paz impuesta por las principales potencias vencedoras sobrevivientes (los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia e Italia) y que suele denominarse, de manera imprecisa, tratado de Versalles,' respondían a cinco consideraciones principales. La más inmediata era el derrumbamiento de un gran número de regímenes en Europa y la eclosión en Rusia de un régimen bolchevique revolucionario alternativo dedicado a la subversión universal e imán de las fuerzas revolucionarias de todo el mundo (véase el capítulo II). En segundo lugar, se consideraba necesario controlar a
Alemania, que, después de todo, había estado a punto de derrotar con sus solas fuerzas a toda la coalición aliada. Por razones obvias esta era —y no ha dejado de serlo desde entonces— la principal preocupación de Francia. En tercer lugar, había que reestructurar el mapa de Europa, tanto para debilitar a Alemania como para llenar los grandes espacios vacíos que habían dejado en Europa y en el Próximo Oriente la derrota y el hundimiento simultáneo de los imperios ruso, austrohúngaro y turco. Los principales aspirantes a esa herencia, al menos en Europa, eran una serie de movimientos nacionalistas que los vencedores apoyaron siempre que fueran antibolcheviques.

De hecho, el principio fundamental que guiaba en Europa la reestructuración del mapa era la creación de estados nacionales étnico-lingüísticos, según el principio de que las naciones tenían «derecho a la autodeterminación
». El presidente de los Estados Unidos, Wilson, cuyos puntos de vista expresaban los de la potencia sin cuya intervención se habría perdido la guerra, defendía apasionadamente ese principio, que era (y todavía lo es) más fácilmente sustentado por quienes estaban alejados de las realidades étnicas y lingüísticas de las regiones que debían ser divididas en estados nacionales. El resultado de ese intento fue realmente desastroso, como lo atestigua todavía la Europa del decenio de 1990. Los conflictos nacionales que desgarran el continente en los años noventa estaban larvados ya en la obra de Versalles.[1] La reorganización del Próximo Oriente se realizó según principios imperialistas convencionales —reparto entre Gran Bretaña y Francia— excepto en el caso de Palestina, donde el gobierno británico,
anhelando contar con el apoyo de la comunidad judía internacional durante la guerra, había prometido, no sin imprudencia y ambigüedad, establecer«una patria nacional» para los judíos. Esta sería otra secuela problemática e
insuperada de la primera guerra mundial.
No es necesario realizar la crónica detallada de la historia del período de entreguerras para comprender que el tratado de Versalles no podía ser la base de una paz estable. Estaba condenado al fracaso desde el principio y, por lo tanto, el estallido de una nueva guerra era prácticamente seguro. Como ya se ha señalado, los Estados Unidos optaron casi inmediatamente por no firmar los tratados y en un mundo que ya no era eurocéntrico y eurodeterminado, no podía ser viable ningún tratado que no contara con el apoyo de ese país, que se había convertido en una de las primeras potencias mundiales. Como se verá más adelante, esta afirmación es válida tanto por lo que respecta a la economía como a la política mundial. Dos grandes potencias europeas, y mundiales, Alemania y la Unión Soviética, fueron eliminadas temporalmente del escenario internacional y además se les negó su existencia como protagonistas independientes./…/ La segunda guerra mundial tal vez podía haberse evitado, o al menos retrasado, si se hubiera restablecido la economía anterior a la guerra como un próspero sistema mundial de crecimiento y expansión. Sin embargo, después de que en los años centrales del decenio de 1920 parecieran superadas las perturbaciones de la guerra y la posguerra, la economía mundial se sumergió en la crisis más profunda y dramática que había conocido desde la revolución industrial”





[1] En realidad, el tratado de Versalles sólo establecía la paz con Alemania. Diversos parlues y castillos de la monarquía situados en las proximidades de París dieron nombre a los otros tratados: Saint Germain con Austria; Trianon con Hungría; Sevres con Turquía, y Neuilly con Bulgaria.

Primera Guerra Mundial

  Causas de la Guerra


 La guerra, en otras palabras, pudo haber sido evitada. Pero no fue así. El 23 de julio, casi un mes después del asesinato de Sarajevo, Austria-Hungría presentó un durísimo ultimátum a Serbia, a la que responsabilizaba del atentado (los servicios de inteligencia serbios, dirigidos por el coronel Dimitrijevic, probablemente estaban detrás de la Mano Negra). 

“Recuerdo -le contó el 24 de julio de 1914 Albert Ballin, un influyente hombre de negocios alemán a Churchill, entonces ministro de Marina británico- que el viejo Bismarck me dijo un año antes de morir que, un día, la gran guerra europea estallaría a causa de alguna maldita estupidez en los Balcanes". Cuando la conversación tenía lugar, la "maldita estupidez" ya se había producido. El 28 de junio de aquel año, un joven estudiante serbio de 19 años, Gavrilo Princip, vinculado a la organización nacionalista clandestina Mano Negra había asesinado en Sarajevo (Bosnia-Herzegovina) al heredero del trono austro-húngaro archiduque Francisco Fernando y a su esposa, la duquesa Sofía. La imprudencia y la casualidad habían sido factores determinantes. Primero, porque la visita de Francisco Fernando a Sarajevo fue una obstinación personal pues le había sido desaconsejada por razones de seguridad. Y porque, ya en la capital bosnia, el archiduque insistió en continuar con los actos programados para la jornada incluso después que se produjera un primer atentado, al lanzar los terroristas (eran cuatro) una bomba contra su automóvil, hiriendo a 20 personas. Segundo, porque un error del conductor de ese mismo vehículo hizo que, horas después, retornando de uno de aquellos actos desviase su trayectoria y fuera a detenerse prácticamente junto al joven Princip (que había huido desconcertado y desalentado tras el fracaso del primer atentado). El carácter azaroso del atentado reforzaba -sobre todo vistas las catastróficas consecuencias que tendría- la tesis de la "estupidez balcánica" del viejo Bismarck. La guerra, además, no estalló de inmediato. Incluso, en un primer momento el atentado de Sarajevo pareció algo remoto e irrelevante. Se dijo que el subdirector de la agencia de prensa Reuter de Londres pensó que el mensaje urgente que le llegó vía París transmitía el resultado de una carrera de caballos: Sarajevo (1°), Fernando (2°), Asesinado (3°). A Stefan Zxweig, el escritor vienés, la noticia le sorprendió en Baden, cerca de Viena, y pudo comprobar que el asesinato no produjo pesar, que la gente charlaba y reía en los paseos como de usual, y que a última hora de la tarde la música había vuelto a sonar en los lugares públicos

 Austria-Hungría demandaba a Serbia, entre otras cosas, que en 48 horas hiciese público el reconocimiento de su participación en el atentado de Sarajevo, pusiese fin a toda propaganda paneslava y anti-austríaca, permitiese la participación de la policía austriaca en la investigación del atentado dentro de la propia Serbia y prohibiese organizaciones nacionalistas como la Mano Negra que, legales en Serbia, operaban en la clandestinidad en Bosnia-Herzegovina. Cumplido el plazo, y al considerar la respuesta serbia como una aceptación "parcial e insuficiente" del ultimátum, el día 28 Austria-Hungría declaró la guerra a Serbia.
Pero el día 30, Rusia, que el 27 había decretado la movilización parcial de sus tropas, ordenó la movilización general de sus ejércitos, lo que le situaba en virtual pie de guerra con Austria-Hungría. Al día siguiente, 31 de julio, Alemania, aliado de Austria-Hungría desde 1879, pidió a Rusia que detuviese la movilización, y su embajador en París preguntó a Francia -aliado de Rusia desde 1894- sobre su actitud en caso de conflicto.

El 1 de agosto, Alemania, declaró la movilización general y con ello, la guerra a Rusia. Francia respondió ordenando a su vez horas después la movilización de tropas. El 2, Alemania invadió Luxemburgo y solicitó a Bélgica derecho de paso para sus ejércitos. El 3, declaró la guerra a Francia y finalmente, el 4 de agosto, después que Alemania iniciase la invasión de Bélgica, Gran Bretaña, como garante de la neutralidad de esta última acordada en 1839, declaró la guerra a Alemania. El ciclo se cerró cuando el 6 de agosto Austria-Hungría declaró formalmente la guerra a Rusia, y cuando el día 12, Gran Bretaña y Francia lo hicieron con Austria. En octubre de 1914, Turquía entraría en guerra del lado de "los poderes centrales" y en septiembre de 1915, lo haría Bulgaria. Por el contrario, Japón (23 de agosto de 1914), Italia (23 de mayo de 1915), Portugal (10 de marzo de 1916), Rumanía (27 de agosto de 1916), Estados Unidos (6 de abril de 1917) y Grecia (27 de junio de 1917) se unieron a "los aliados" que, a cambio, perdieron Rusia tras el triunfo de larevolución bolchevique en octubre de 1917. Sólo España, Suiza, Holanda, los países escandinavos y Albania permanecieron, por lo que se refiere a Europa, neutrales. Los mismos hechos revelaban ya las "causas inmediatas" de la guerra. El detonante de ésta fue, además del asesinato de Sarajevo, la declaración de guerra de Austria-Hungría a Serbia (28 de julio). Y la razón de la generalización del conflicto -pues todo pudo haber quedado en una "guerra local", en otra guerra balcánica como las de 1912 y 1913- estuvo en el "funcionamiento automático de movilizaciones y mecanismos de alianzas" establecidos por las potencias a lo largo de los años. Finalmente, la puesta en marcha por Alemania (4 de agosto) del "plan Schlieffen" (diseñado en 1892, aprobado en 1905 y modificado por Moltke en 1911) hizo imposible la localización del conflicto.

La guerra se precipitó por gravísimos errores de cálculo cometidos por los responsables diplomáticos y militares de los distintos países, asesores , jefes de los Estados Mayores y sus colaboradores militares. Por lo menos, Austria-Hungría (dirigida por su ministro de Exteriores Berchtold y el jefe del Ejército, Von Hotzendorf) erró totalmente al creer que Rusia no apoyaría a Serbia y pensar que el respaldo de Alemania disuadiría a otros países de intervenir. Alemania, donde las decisiones fueron tomadas más por Moltke, jefe de Estado Mayor, y por los jefes del Ejército que por el propio canciller Bethmann-Hollweg, se equivocó al apoyar a Austria-Hungría contra Serbia creyendo que ni Francia ni Gran Bretaña entrarían en guerra por un conflicto en los Balcanes y que Rusia carecía de la preparación adecuada. Rusia -y sobre todo, su ministro de Exteriores Sazonov- erró al pensar que la movilización rusa en apoyo de Serbia no provocaría respuesta de Alemania.

En agosto de 1914, Alemania, y en especial su canciller, no querían una "guerra europea" (aunque sus dirigentes pensaban que era preciso frenar a Serbia en los Balcanes); visto que Francia, a pesar del nacionalismo de su nuevo Presidente, Poincaré, seguía favoreciendo una política internacional basada en el equilibrio de poder entre los dos bloques (la "entente" Francia-Rusia-Gran Bretaña y la "alianza dual" Alemania-Austria-Hungría), las "mayores responsabilidades inmediatas" recayeron sobre Austria-Hungría -que no quiso atender ninguna recomendación para negociar con Rusia el problema serbio ni siquiera de los alemanes- y sobre Rusia que ordenó la movilización general cuando otros países (Gran Bretaña) propiciaban la reunión de una conferencia internacional para tratar la cuestión y cuando la propia Alemania estaba tratando de detener a Austria (y a pesar de que Francia pidió a su aliado que adoptara posiciones conciliadoras).

Pero sin duda hubo "causas y fuerzas históricas profundas" que contribuyeron al estallido de la guerra, o que crearon la situación internacional que hizo que un incidente local -sin duda, grave- derivase en la mayor conflagración bélica conocida hasta entonces. Resumiendo, las "causas últimas" de la guerra fueron dos: el problema de los nacionalismos balcánicos y la política exterior de Alemania desde la proclamación de la "Weltpolitik"( nueva política hegemónica alemana)  en 1899. El atentado de Sarajevo revelaba casi a la perfección la potencialidad desestabilizadora de los nacionalismos. Tuvo lugar en la capital de una provincia (Bosnia-Herzegovina) de mayoría serbia anexionada en fecha reciente, 1908, por Austria-Hungría en lo que vino a ser una provocación al reino de Serbia, que reivindicaba el territorio como parte de la Serbia étnica e histórica. La víctima del atentado, el archiduque Francisco Fernando era, un hombre muy sensible al problema de las nacionalidades. Los autores del asesinato,  eran  militantes nacionalistas serbios. Las dos guerras balcánicas de 1912 y 1913 fueron provocadas,  por las contrapuestas aspiraciones de los países balcánicos sobre los territorios europeos del Imperio otomano:   las reivindicaciones de Grecia, Serbia (apoyada por Montenegro) y Bulgaria sobre Macedonia originaron la primera de aquellas guerras. La segunda (junio-julio de 1913) fue más complicada. Bulgaria atacó a Grecia y Serbia en desacuerdo con los planes de éstas para el desmembramiento de Macedonia propuestos en las negociaciones que siguieron a la anterior contienda. Rumanía declaró la guerra a Bulgaria en razón de viejos litigios fronterizos entre ambas. Turquía, regida desde enero de 1913 por militares ultranacionalistas, quiso aprovechar la apuradísima situación de Bulgaria para recuperar posiciones perdidas ante ese país en el primer conflicto. El resultado de todo ello fue el engrandecimiento de Serbia, lanzada desde 1903 a una política abiertamente nacionalista en defensa de los derechos nacionales de "los eslavos del sur" enclavados en los imperios austro-húngaro y otomano; y como consecuencia, un creciente temor de Austria-Hungría al papel que Serbia podía jugar en la región y una cada vez mayor desconfianza de Austria-Hungría y Alemania hacia Rusia, como potencia que avalaba el expansionismo serbio en los Balcanes.

Los nacionalismos, por lo tanto, hicieron de los Balcanes el polvorín de Europa. Las responsabilidades de Alemania  fueron innegables. Al menos, fue responsable principal de buena parte de la tensión internacional generada en los años 1900-1914. Su "Weltpolitik” respondía a una aspiración de control mundial (hegemonia). La construcción de la escuadra en 1898, lanzó la carrera de armamentos y generó una fuerte rivalidad con Gran Bretaña por la superioridad naval. Los planes de Schlieffen y Moltke suponían el riesgo calculado de guerra con Francia (y probablemente, con Gran Bretaña), La diplomacia alemana provocó las graves crisis marroquíes de 1905 -visita del Kaiser a Tánger- y 1911 -entrada del "Panther" en Agadir-, que reavivaron la tensión franco-alemana y estimularon el revanchismo francés, siempre latente desde la victoria de Prusia sobre Francia en 1870 Finalmente, Alemania alentó en 1908 a Austria-Hungría para que procediese a la anexión de Bosnia-Herzegovina que trajo el asesinato,  ya mencionado.Peor aún, la "Weltpolitik" terminó con el sistema de "equilibrio de poder" entre las grandes potencias basado en distintos bloques de alianzas ideado por Bismarck, sistema que, a falta de una organización internacional de naciones para el arbitraje de los conflictos, había regulado las relaciones internacionales entre 1871 y 1890. La "política mundial" alemana transformó el sistema bismarckiano en un sistema bipolar (Alemania y Austria-Hungría de una parte; Gran Bretaña, Francia y Rusia de otra) y llevó, en un mundo crecientemente inestable al aislamiento de Alemania e incluso a su "cercamiento" por Francia y Rusia.

Alemania, en suma, rompió el equilibrio internacional y provocó una siempre peligrosa bipolarización entre las potencias.  En julio de 1914, Alemania, cualesquiera que fuesen los errores cometidos por su diplomacia a raíz del atentado de Sarajevo, sólo quería una "guerra localizada", por la que Austria-Hungría recobrase su prestigio en los Balcanes y por la que se pusiese coto al nacionalismo de los serbios. El sistema, además, había funcionado; pero  colapsó en julio de 1914

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